Hay un punto de unión entre el Partido Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática que hace coherente su alianza electoral: ambos nacieron para derrotar al PRI.
Sin embargo, el PAN fue fundado en 1939 para hacer frente a las políticas “socializantes” y anticlericales promovidas por el General Lázaro Cárdenas, quien impulsaba la institucionalización del poder público, garantizando la educación de los sectores populares, instrumentando el reparto de tierras y ejecutando la expropiación petrolera.
El proyecto político de Cárdenas es el mismo que reclamó, ante el arribo de la visión neoliberal al PRI, su hijo Cuauhtémoc cincuenta años después, presentándose como candidato de un Frente Democrático Nacional integrado por una amplia gama de partidos, fundamentalmente de la izquierda mexicana, que vieron en él la oportunidad de derrotar a un régimen preponderantemente antidemocrático.
Ambos institutos políticos pertenecen de manera estructural al sistema político mexicano: han gobernado municipios, integrado durante décadas las cámaras legislativas locales y federales, ganado y perdido estados de la república; y el PAN, incluso, gobernó el país por doce años.
Para que una alianza o coalición suceda, el que sus principios ideológicos confluyan o se acerquen, es un factor importante para formalizar el trato; o, que las expectativas de una gran alianza inviten a unos y a otros de tal manera que muchos quieran integrarse por las muchas expectativas de triunfo.
También existe el simple pragmatismo de su clase dirigente, es decir, los partidos se alían porque saben que es la única manera de incrementar sus probabilidades de triunfo, sabiendo que su estructura es inferior a la del PRI; en cuanto a los partidos pequeños (considerando que el PRD aún no sea uno de ellos), éstos ven en una alianza la oportunidad de obtener beneficios que solos, nunca obtendrían, como es el caso de MC.
De tal manera que su alianza no se fundamenta ni en un entendimiento ideológico ni en una necesidad democratizadora, pues ello fue lo que se pretendió hace 18 años cuando el primer presidente panista de México, al terminar su sexenio, quebrantó el avance democrático del país para impedir que Andrés Manuel López Obrador fuera su sucesor.
En aquel entonces, Vicente Fox, antes que buscar imponer a Felipe Calderón, tuvo la determinación de impedir a AMLO, para lo cual, se alió desde el poder que ejercía, con la clase política y empresarial mexicana en una aventura oficialmente exitosa, pero que políticamente le dio al traste a México.
En el Frente Ciudadano por México conformado oficialmente esta semana por el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, las alineaciones son distintas, pero el objetivo se repite.
El PAN no está en poder, por lo que tiene una aparente debilidad frente a un PRI oficialmente gobernante, para lo cual, ocupa de “juntar” aliados en una batalla en la que el vencedor, no es el PRI, sino AMLO.
Pero antes de poder enfrentar a AMLO, deben atravesar una primera fase en la cual demuestren que son ellos, con Ricardo Anaya como su abanderado, quienes están en mejores condiciones de conseguir conjurar, una vez más, el arribo de López Obrador a la presidencia.
En ésa búsqueda de aliados para ganarle la interna del régimen neoliberal al PRI, la frase de “enemigo de mi enemigo es mi amigo”, aplicó enteramente en la decisión de unirse por parte de ambos, la conveniencia del PRD se encuentra en el gozo de demostrarle a Andrés Manuel que sólo, no puede; y en el camino, obtener recursos millonarios, legales e ilegales para campaña y una cantidad suficiente de diputados y senadores plurinominales, que sin AMLO como candidato, jamás han obtenido.
Lo que hace que el Frente anunciado por Barrales, Anaya y Delgado sea una simple suma de intereses ajenos a las luchas que los partidos de los dos primeros enarbolaron en sus años fundacionales. No representa una unión legítima, sino simplemente legal, como un matrimonio por compromiso, como mencionó Jorge Zepeda Patterson.
Que cuando las expectativas de beneficio común se vayan estrechando en cada negociación local y los actores medianos y menores no vean reflejado en su territorio nada para sí, y sí algo para su “aliado”, las bases se alejaran hacia una plataforma consistente.
Ahí, el PRD, podría perecer haciendo un frente que dista mucho de aquel que lo creó hace tan sólo 29 años, ante la única fuerza de izquierda que se presentará en las elecciones presidenciales de 2018.